En Mirash, cada colección nace de una pregunta íntima: ¿qué historia quiero contar esta temporada?
La respuesta nunca es lineal, pero siempre parte de un concepto fuerte, casi como un hilo invisible que une todas las prendas.

Esta vez, el punto de partida fue la naturaleza. No como una postal estática, sino como un organismo vivo, en constante movimiento y diálogo con el tiempo. Las hojas que se transforman, la textura rugosa de una corteza, la delicadeza de un pétalo antes de caer. Ese es el lenguaje que buscamos traducir en telas, cortes y estampas.

Las estampas se inspiran en la forma en que la luz atraviesa los árboles al atardecer; los colores, en la paleta de un jardín después de la lluvia: verdes profundos, marrones terrosos, toques de ámbar y crema. Las texturas no son casuales: cada tejido fue elegido por su capacidad de evocar sensaciones táctiles, casi como si acariciáramos la naturaleza misma.

Adaptar el tema a nuestra inspiración significa reinterpretarlo: la naturaleza que vestimos no es literal, sino soñada. No son flores, son huellas de flores; no son hojas, son memorias de hojas. Así, la colección se convierte en un mapa sensorial, donde cada prenda es un fragmento de paisaje.

 

En tiempos donde la moda suele correr tras lo inmediato, esta colección es una invitación a detenerse, respirar y mirar con atención. Porque, al final, vestir Mirash no es solo llevar una prenda: es habitar un momento.